Hipocresía a la Luz de la Biblia

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Un hipócrita es alguien que actúa, que quiere mostrarse como alguien que no es realmente. El término se usa siete veces en Mateo 23, en un discurso en el que Jesús avergüenza públicamente a los escribas y los fariseos, el núcleo de la dirigencia religiosa judía (Mat. 23:13, 14, 15, 23, 25, 27, 29).

Los evangelios muestran que Jesús ofrecía gracia y perdón a los adúlteros, los recaudadores de impuestos, las prostitutas, e incluso a los asesinos, pero demostró poca condescendencia con los hipócritas (ver muchas otras referencias en Mat. 6:2, 5, 16; 7:5; 15:7-9; 22:18).

Lee Mateo 23:1 al 13 y enumera cuatro características principales de un hipócrita que Jesús menciona.

Jesús asocia cuatro características con los escribas y los fariseos. En el espectro del judaísmo del siglo I d.C., los fariseos representaban la derecha religiosa conservadora. Se interesaban por la Ley oral y escrita, y enfatizaban la pureza ritual.

En el otro extremo del espectro estaban los saduceos, un grupo de líderes, en su mayoría ricos, a menudo asociados con la clase sacerdotal de élite. Estaban sumamente helenizados (es decir, hablaban griego y se sentían cómodos con la filosofía griega), y no creían en un juicio ni en una vida futura. Los podríamos describir como liberales. Ambos grupos eran culpables de hipocresía.

Según Jesús, somos hipócritas cuando no hacemos lo que decimos; cuando hacemos que la religión sea más difícil para los demás y no aplicamos esos mismos estándares para nosotros mismos; cuando queremos que otros aplaudan nuestro fervor religioso; y cuando exigimos honor y reconocimiento que solo pertenecen a nuestro Padre celestial.

 

Más allá de sus palabras incisivas y directas, el compromiso de Jesús con aquellos a quienes llamaba hipócritas estaba lleno de amor y preocupación, incluso por estos hipócritas.

 

“La compasión divina caracterizaba el semblante del Hijo de Dios mientras dirigía una última mirada al Templo y luego a sus oyentes. Con voz ahogada por la profunda angustia de su corazón y amargas lágrimas, exclamó: ‘¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!’ ” (DTG 572).

 

¿Por qué no necesitas ser un líder religioso para ser culpable del tipo de hipocresía que Jesús condena tan rotundamente aquí? ¿Cómo podemos aprender a ver ese tipo de hipocresía en nosotros mismos, si existiera, y cómo podemos deshacernos de ella?

 

Comentarios Elena G.W

 

La hipocresía de los fariseos era resultado de su egoísmo. La glorificación propia era el objeto de su vida. Esto era lo que los inducía a pervertir y aplicar mal las Escrituras, y los cegaba en cuanto al propósito de la misión de Cristo. Aun los discípulos de Cristo estaban en peligro de albergar este mal sutil. Los que decían seguir a Cristo, pero no lo habían dejado todo para ser sus discípulos, sentían profundamente la influencia del raciocinio de los fariseos. Con frecuencia vacilaban entre la fe y la incredulidad, y no discernían los tesoros de sabiduría escondidos en Cristo. Los mismos discípulos, aunque exteriormente lo habían abandonado todo por amor a Jesús, no habían cesado en su corazón de desear grandes cosas para sí… Era lo que se interponía entre ellos y Cristo, haciéndolos tan apáticos hacia su misión de sacrificio propio, tan lentos para comprender el misterio de la redención (El Deseado de todas las gentes, p. 376).

 

Nuestro Salvador presenta ante la gente de ese tiempo el carácter de sus pecados. Sus sencillas palabras despertaban la conciencia de sus oyentes; pero los instrumentos contradictores de Satanás buscaban un lugar para sus teorías para apartar las mentes de la verdad claramente presentada. Cuando el gran Maestro presentaba solemnes verdades, los escribas y fariseos —con el pretexto de estar interesados— se reunían alrededor de los discípulos y de Cristo, y desviaban la mente de aquellos haciendo preguntas para crear disputa, aparentando que querían conocer la verdad. Cristo fue interrumpido en esta ocasión como lo había sido en muchas ocasiones similares. Deseaba que sus discípulos escucharan las palabras que él quería decir, y que no permitieran que nada atrajera y retuviera su atención. Por lo tanto, les advirtió: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Fingían el deseo de entrar tanto como les fuera posible dentro del círculo íntimo. Cuando el Señor Jesús presentaba la verdad en contraste con el error, los fariseos aparentaban que estaban deseosos de comprender la verdad, y sin embargo procuraban desviar la mente de Cristo por otros cauces.

 

La hipocresía es como la levadura. La levadura puede estar oculta en la harina, y no se conoce su presencia hasta que produce su efecto. Cuando se la introduce satura rápidamente toda la masa. La hipocresía actúa secretamente, y si se la tolera, llenará la mente de orgullo y vanidad. Algunos engaños que hoy se practican son similares a los que practicaban los fariseos. El Salvador dio esta advertencia para que estuvieran alerta todos los que creen en él. Velad para que no absorbáis ese espíritu y os volváis como aquellos que trataban de entrampar al Salvador (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, pp. 1095, 1096).

JULIO 14

 

Hipocresía

 

Un hipócrita es alguien que actúa, que quiere mostrarse como alguien que no es realmente. El término se usa siete veces en Mateo 23, en un discurso en el que Jesús avergüenza públicamente a los escribas y los fariseos, el núcleo de la dirigencia religiosa judía (Mat. 23:13, 14, 15, 23, 25, 27, 29). Los evangelios muestran que Jesús ofrecía gracia y perdón a los adúlteros, los recaudadores de impuestos, las prostitutas, e incluso a los asesinos, pero demostró poca condescendencia con los hipócritas (ver muchas otras referencias en Mat. 6:2, 5, 16; 7:5; 15:7-9; 22:18).

 

Lee Mateo 23:1 al 13 y enumera cuatro características principales de un hipócrita que Jesús menciona.

 

Jesús asocia cuatro características con los escribas y los fariseos. En el espectro del judaísmo del siglo I d.C., los fariseos representaban la derecha religiosa conservadora. Se interesaban por la Ley oral y escrita, y enfatizaban la pureza ritual. En el otro extremo del espectro estaban los saduceos, un grupo de líderes, en su mayoría ricos, a menudo asociados con la clase sacerdotal de élite. Estaban sumamente helenizados (es decir, hablaban griego y se sentían cómodos con la filosofía griega), y no creían en un juicio ni en una vida futura. Los podríamos describir como liberales. Ambos grupos eran culpables de hipocresía.

 

Según Jesús, somos hipócritas cuando no hacemos lo que decimos; cuando hacemos que la religión sea más difícil para los demás y no aplicamos esos mismos estándares para nosotros mismos; cuando queremos que otros aplaudan nuestro fervor religioso; y cuando exigimos honor y reconocimiento que solo pertenecen a nuestro Padre celestial.

 

Más allá de sus palabras incisivas y directas, el compromiso de Jesús con aquellos a quienes llamaba hipócritas estaba lleno de amor y preocupación, incluso por estos hipócritas.

 

“La compasión divina caracterizaba el semblante del Hijo de Dios mientras dirigía una última mirada al Templo y luego a sus oyentes. Con voz ahogada por la profunda angustia de su corazón y amargas lágrimas, exclamó: ‘¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!’ ” (DTG 572).

¿Por qué no necesitas ser un líder religioso para ser culpable del tipo de hipocresía que Jesús condena tan rotundamente aquí? ¿Cómo podemos aprender a ver ese tipo de hipocresía en nosotros mismos, si existiera, y cómo podemos deshacernos de ella?

 

Comentarios Elena G.W

 

La hipocresía de los fariseos era resultado de su egoísmo. La glorificación propia era el objeto de su vida. Esto era lo que los inducía a pervertir y aplicar mal las Escrituras, y los cegaba en cuanto al propósito de la misión de Cristo. Aun los discípulos de Cristo estaban en peligro de albergar este mal sutil. Los que decían seguir a Cristo, pero no lo habían dejado todo para ser sus discípulos, sentían profundamente la influencia del raciocinio de los fariseos. Con frecuencia vacilaban entre la fe y la incredulidad, y no discernían los tesoros de sabiduría escondidos en Cristo. Los mismos discípulos, aunque exteriormente lo habían abandonado todo por amor a Jesús, no habían cesado en su corazón de desear grandes cosas para sí… Era lo que se interponía entre ellos y Cristo, haciéndolos tan apáticos hacia su misión de sacrificio propio, tan lentos para comprender el misterio de la redención (El Deseado de todas las gentes, p. 376).

 

Nuestro Salvador presenta ante la gente de ese tiempo el carácter de sus pecados. Sus sencillas palabras despertaban la conciencia de sus oyentes; pero los instrumentos contradictores de Satanás buscaban un lugar para sus teorías para apartar las mentes de la verdad claramente presentada. Cuando el gran Maestro presentaba solemnes verdades, los escribas y fariseos —con el pretexto de estar interesados— se reunían alrededor de los discípulos y de Cristo, y desviaban la mente de aquellos haciendo preguntas para crear disputa, aparentando que querían conocer la verdad. Cristo fue interrumpido en esta ocasión como lo había sido en muchas ocasiones similares. Deseaba que sus discípulos escucharan las palabras que él quería decir, y que no permitieran que nada atrajera y retuviera su atención. Por lo tanto, les advirtió: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Fingían el deseo de entrar tanto como les fuera posible dentro del círculo íntimo. Cuando el Señor Jesús presentaba la verdad en contraste con el error, los fariseos aparentaban que estaban deseosos de comprender la verdad, y sin embargo procuraban desviar la mente de Cristo por otros cauces.

La hipocresía es como la levadura. La levadura puede estar oculta en la harina, y no se conoce su presencia hasta que produce su efecto. Cuando se la introduce satura rápidamente toda la masa. La hipocresía actúa secretamente, y si se la tolera, llenará la mente de orgullo y vanidad. Algunos engaños que hoy se practican son similares a los que practicaban los fariseos. El Salvador dio esta advertencia para que estuvieran alerta todos los que creen en él. Velad para que no absorbáis ese espíritu y os volváis como aquellos que trataban de entrampar al Salvador (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, pp. 1095, 1096).

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