Por Simón González
En un mundo hiperconectado y totalmente globalizado un pequeño virus de gran potencial de contagio lo pone en jaque, cuestionando el orden mundial construido durante los últimos 70 años y consolidado luego de la caída del muro de Berlín en los 90’s. Asistimos en tiempo real en todos los rincones del planeta, a un sálvese quien pueda en donde cada país busca una respuesta unilateral para sus ciudadanos, tirando por la borda valores y construcciones mundiales a partir de los cuales se habían generado toda una serie de instituciones y mecanismos internacionales (Naciones Unidas, G-20, Banco Mundial, FMI, G-7, Unión Europea, por nombrar algunas) creados para generar los espacios para la coordinación mundial ante problemas globales. Ante este virus, que no diferencia estatus económico, raza, religión, los países han actuado de manera unilateral, cerrando fronteras y aeropuertos, buscando la vacuna que permita salvarse de esta pandemia. Esto ha puesto en crisis la forma de organizarnos, valores que creímos consolidados y fuera de discusión, como la democracia y las libertades individuales, el mercado como mecanismo organizador por encima del Estado, el multilateralismo y la cooperación internacional como respuesta a las crisis internacionales, el liderazgo de occidente (en particular de EE.UU. y en menor medida de Europa) y hasta la mismísima globalización. El virus ha pegado de lleno en el corazón del orden mundial imperante y pareciera ser que lo ha dejado knock out o al menos aturdido. Los países han revalorizado el rol del Estado para hacer frente a esta pandemia en desmedro del Mercado, incluso el Estado se ha visto obligado a establecer disposiciones para limitar libertades individuales tan básicas como la libre circulación de personas. Asimismo, muchos Estados y corporaciones están usando el gran avance tecnológico en pos de salvar vidas, accediendo en tiempo real a lo que hace cada ciudadano, dejando en un segundo plano la discusión de las libertades individuales y la vida privada en pos del bien general. Esta situación de película de ciencia ficción me recuerda al libro 1984 escrito por George Orwell que anticipaba al Estado como un gran hermano que todo lo controla, y películas como El Círculo (2017) que también pone en discusión hasta dónde pueden avanzar las corporaciones y el Estado en la vida privada de los ciudadanos a partir del uso de la tecnología. El reconocido historiador, Yuval Noah Harari, escritor de obras como Sapiens, De animales a dioses, Homo Deus se pregunta ¿avanzamos hacia una sociedad de vigilancia totalitaria masiva o de empoderamiento de los ciudadanos? Será la excusa de muchos Estados y corporaciones para poder acceder a la vida privada de sus ciudadanos sin restricciones y sin tener que rendir cuentas. Sabemos que en algunos países como China esto es una realidad y en menor medida en occidente también en donde Facebook ha sido denunciada por violaciones a la privacidad de la información personal de los usuarios. Otro aspecto que sobresale de esta realidad, es la ausencia de un liderazgo mundial que encabece la respuesta y la acción internacional frente a esta pandemia. El único resorte que ha funcionado, aunque con grandes cuestionamientos, ha sido la Organización Mundial de la Salud. Por el contrario, el líder mundial histórico, EE.UU, se ha cerrado en sus fronteras desentendiéndose de lo que pasaba en el mundo, incluso enfrentando las sugerencias de la OMS. La Unión Europea, que tiene ya casi 30 años de existencia y por lo tanto una trayectoria en la coordinación de políticas y acciones, se mostró impasible ante la acción descoordinada y caótica de sus miembros, que por primera vez en muchas décadas hacen uso de políticas extremas como cerrar sus fronteras y aeropuertos para no ser contagiados por sus vecinos. Vimos países como Italia con sistemas sanitarios colapsados que reciben médicos cubanos y sin ninguna respuesta conjunta por parte de la UE, algo impensado hace unos pocos meses. Esta pandemia y las medidas extraordinarias adoptadas por gran parte de los países está derivando en otra crisis, ya no de carácter sanitario sino económico. Este parate de la producción, consumo, ha generado un fuerte impacto a nivel mundial: caída de las bolsas y del precio del petróleo, incremento del desempleo, futuro cierre de empresas y consecuencias que todavía no están claras, como tampoco el alcance y la magnitud que tendrán. Los pronósticos auguran que ninguna crisis mundial tendrá la capacidad destructiva que tiene esta pandemia, que dicho sea de paso no sabemos hasta cuando se extenderá. Entre todo este desconcierto, caos e incertidumbre internacional, China aflora como el Estado que ha logrado controlar el virus, el país que posee la tecnología, insumos e implementos para hacer frente a la pandemia. Reactivos, test rápidos, respiradores, las máscaras N95 (barbijos) así como buena parte de los trajes protectores para el personal de la salud y seguridad son comprados a China, única potencia con capacidad de abastecer a un mundo que había hecho de la deslocalización de la producción -es decir producir donde es más económico y competitivo-, el modelo a seguir. El occidente estaba convencido de que el negocio estaba en ser dueño de la cadena de distribución y en el desarrollo y el diseño de la tecnología, lo que llevó a que prácticamente todo o al menos gran parte de los componentes sean producidos en China o en algún país de oriente. Es así que hoy China concentra un tercio de la fabricación a nivel mundial y se ha transformado en el mayor exportador de bienes del mundo. ¿Esta pandemia llevará a replantear el tema de la producción como un elemento más que contribuye a la construcción de la soberanía nacional y no tanto a la competitividad y a las reglas de libre mercado? Hoy hasta el mismísimo Estados Unidos depende de la compra de tecnología, equipamiento e insumos a China para hacer frente a la pandemia. Gran parte de los países están diseñando y anunciando políticas para paliar la crisis. Estados Unidos aprobó un paquete de 2 billones de dólares, para tratar de amortiguar esta crisis. Se trata del mayor plan de medidas económicas en la historia de Estados Unidos. Nuevamente vemos como afloran soluciones unilaterales para problemas globales. ¿Qué pasará con gran parte de los países que no tienen capacidad de inyectar grandes cantidades de dinero para dinamizar sus economías y amortiguar la caída de sus economías? La pobreza subirá a números nunca antes vistos, las corrientes migratorias posiblemente serán un problema aún mayor que el conocido. ¿Que se hará con el calentamiento global, la concentración de la riqueza, el hambre y analfabetismo digital? ¿Los países desarrollados seguirán acumulando las riquezas en pocas manos, levantando muros como en la era feudal para defenderse? Esta idea de una aldea global sin fronteras está cuestionada, el orden mundial conocido está en crisis. Ante esta situación no queda claro si prevalecerá el nacionalismo unilateral o la búsqueda de una solución global y coordinada a los problemas globales.
Créditos: El Litoral